lunes, 5 de diciembre de 2022

Polifonía ante la guerra: Los muchachos de Zinc

De la pluma de la ganadora del Premio Nobel de Literatura 2015 Svetlana Alexiévich, Los muchachos de Zinc (Debate, 2016) presenta diversos testimonios de miembros del ejército ruso que fueron aplazados a Afganistán durante 1979 y 1989.


Criticado, juzgado y casi prohibido en su momento, este documento presenta entrevistas con soldados, militares con cargo y otros personajes arrancados de la realidad que nos visualizan el sentir ante una invasión que buscaba manipular y extender el dominio ruso en estados aledaños.

Esta edición presenta un prólogo, una presentación en diario de tres días, unas notas de guerra, un post-mortem y la documentación sobre el juicio vivido por la autoría por esta polémica obra.

Y es que a menara de reportajes y narrativas en primera voz, las experiencias de estos soldados se presentan como una denuncia ante la guerra, sobre todo, aquellas que aparentan ser sin sentido. “Pero me he quedado sola… No encontré nada en la vida de allí y ahora me siento perdida en la de aquí. No encajo en esta vida… (…) Ya no tengo pasado… No tengo fe… ¿De qué voy a vivir?” (247)

El nombre proviene del material que tenían los ataúdes de zinc con los cuerpos de los caídos, que eran enviados a todos los rincones de la otrora Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas. “El derecho del hombre a no matar. A no aprender a matar. No está escrito en ninguna de las constituciones existentes.” (28)

¿Verdades incómodas o invenciones desprestigiosas? Entre el juicio y la realidad, el texto de Alexiévich se convierte en una denuncia, una experiencia, una visión que nos permite conocer esas historias alejadas de América, cargadas de significado o de sentires universales. La autoría misma define su propósito: “¿Acaso eso quedará en la Historia? Eso es a lo que yo me dedico desesperadamente (libro tras libro): a disminuir la historia hasta que toma una dimensión humana.” (29)

Los fragmentos van siendo firmadas por padres, por testigos por personas que se relacionan de una u otra forma con esta guerra. Algunas veces con esperanza, otras con terror, lo cierto es que estas experiencias marcan y dejan huella profunda. “Lo que quiero conseguir de ellos es el diálogo del hombre con su hombre interior.” (29)

Y es que, ante lo incómodo, indagar será polémico. Lleno de encuentros, pero a la vez de revelaciones que a veces no queremos enfrentar. Pero siempre, parece decir el texto, hay que enfrentarlo. “El olvido es una forma de mentira.” (309)

La autora así define su propio texto, su misma obra: “Yo escribo, anoto la historia del momento, la historia en el transcurso del tiempo. Las voces vivas, las vidas. Antes de pasar a ser historia, todavía son el dolor de alguien, el grito, el sacrificio o el crimen. Incontables veces me he hecho la pregunta: “¿Cómo pasar entre el mal sin aumentarlo, sobre todo hoy en día, cuando el mal adopta unas dimensiones cósmicas?”. Antes de comenzar cada libro me lo pregunto. Esto ya es mi carga. Y mi destino.” (310)

Valioso testimonio ante una guerra que marcó a una generación, su relevancia retoma otro nivel cuando uno de sus países se empeña en hacer la guerra a otro: parece que historia está condenada a repetirse, a hacer que los jóvenes regresen a casa no cantando o llenos de esperanza, sino en un ataúd de zinc, de madera, de desesperanza.