lunes, 30 de septiembre de 2019

¿Qué nos queda?: Domingo de Revolución


Comento un texto que te atrapa desde las primeras letras. Después de la dedicatoria y un epígrafe, la autora arranca con frase totalizadora “¿Cómo contar todo esto sin ensuciar mis páginas?” (11) Así arranca la historia de Domingo de Revolución (2016, Anagrama) de Wendy Guerra.

Con capítulos de diversa extensión Guerra nos narra la historia de Cleo, una joven poeta que vive en La Habana, en la capital de un Estado que ha dado mucho por su pueblo, pero que parece detenida en el tiempo. Sus habitantes buscan sobrevivir en este espacio, donde algunas veces hay música y comida, otras sobre tristeza, añoranza, persecución.

Y es que propio de los vecinos es estar al pendiente de lo que pasa a un lado, enfrente, debajo de un departamento; pero también de lo que piensan y –sobre todo-de lo que hace el otro. Eso lleva a las famosas denuncias por estar en contra del régimen, o tomar nota de todas las acciones que uno hace, disidente o no.

Resulta que Cleo es una afamada poeta. Continuamente impresa y reseñada. Todo fuera de Cuba. Adentro de la isla es desconocida, nunca se ha publicado, ignorada por los círculos oficiales, sin lectores entre vecinos y académicos cubanos.

Un día, un viajo amigo la contacta. Él sí tiene acceso a los círculos literarios y creativos de la isla. Eso le permite tener un acceso a un ambiente desconocido para ella. ¿Qué le pide a cambio? 
Participar en una serie de entrevistas de nutrirán un documental sobre su padre. Solo hay un detalle, ella desconoce su pasado político. Al menos el padre que la crío. Este revela que sus domingos por la Habana no han sido con su padre biológico, y su madre no le reveló algún secreto antes de morir. “Tengo mucha avidez de compartir con alguien, sobre todo con alguien a quien no tenga que explicarle qué ha pasado conmigo en estos últimos dos años.” (58) Este sentir de la protagonista será un letimotiv en la novela. La búsqueda de su pasado será la búsqueda de su propio ser.

Durante el texto, la autora nos invita a visitar algunos rincones de La Habana, desde las viejas casonas convertidas en edificios de departamentos, hasta hoteles nuevos –donde el cubano de a pie tiene prohibido entrar-, y los grandes espacios revolucionarios. En ello, se da cuenta del paso del tiempo, en los colores, en los detalles, en las ruinas. “Poco a poco siento cómo Cuba se desprende de mi cuerpo, mi alma intenta sostener la tierra, pero ella me abandona, se despega de mí, ya estoy en el aire, pierdo la respiración, me ahogo, me disemino poco a poco, me vuelvo agua y sal.” (215)
Y es que Guerra retrata en forma magistral ese sentimiento de muchos cubanos en el exilio: “Sin Suba no existo.” (215) pero a la vez la contrasta con la conclusión de un grupo más grande de personas: “Yo soy mi isla.” (215)

La novela, a mi gusto contada a un lento ritmo de danzón, va desarrollando los personajes, a veces los enfrenta al desamor, otras al festejo públicos, algunas a la persecución, otras a la soledad que sentirse perseguido origina.

El texto está acompañado de amplias referencias culturales y artísticas, que hacen un gran intertexto de la vida contemporánea en la isla. Además, se incluyes diversos poemas de Claro, donde sobre sale:
“EXCESO DE EQUIPAJE.
Si me dejaran llevar todo lo que extraño
Si me dejaran cargar la isla y el milagro
No tendría adónde regresar.
No volvería a mí
No a tus recuerdos.” (216)

Una extraordinaria novela para adentrarse es el último gran espacio comunista de América, mientras nos enfundamos en la nostalgia de lo perdido, pero nunca olvidado.


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