Todo lo que no sabemos (Hachette Literatura, 2024) es la quinta novela María de Alva, un texto con historias paralelas y una profunda revisión de la familia, la memoria, lo humano. En palabras de la propia novela: “Esta historia tiene balas y armas de fuego, policías y guerrilleros, un detective con un portafolios negro, jóvenes desaparecidos, algunas notas periodísticas, un venado cola blanca entre los matorrales, un avión secuestrado y muñecas sobre una repisa, un coche rojo robado, una ciudad que se muerde de calor o de frío, un cáncer que es metáfora pero también tiene muy verdadero”. (13)
La historia se desarrolla en Monterrey, México, entre la década de 1970 -época marcada por la violencia política y social- y la actualidad. Y se centra en el asesinato de Antonio Vélez, un ingeniero y padre de familia, ocurrido en 1974, y su impacto en su hija Cristina, quien, años después, enfrenta un diagnóstico de cáncer terminal. “Presintió que así sería ahora la vida. Una serie de imágenes cotidianas, alegres, aburridas, casuales, intercaladas con periodos en los que la alimaña se haría presente, algo se los recordaría y todo se pondría en tono gris de nuevo.” (21)
A partir de diversas voces narrativas, incluyendo la de Cristina, su madre Emilia, la narradora (quien es sobrina de Antonio) y el detective Samuel Rodríguez, encargado de investigar el asesinato, las historias paralelas se conjugan: (1) la narradora-testigo (2) Cristina, prima-hija enferma de cáncer (3) El asesinato del empresario Antonio.
Como en los otros textos de María de Alva, el trasfondo histórico cobra relevancia: cuando el hegemónico partido del poder haría cualquier cosa para mantenerse en él y cumplir la afamada paz social y la ilusión del progreso que siempre parece haber rondado a México. En medio de ello, las situaciones familiares que, de tan comunes, parecen pasar desapercibidos. “Tal vez la vida nuestra no es nada, se dijo Cristina. Millones y millones de años, la vida humana apenas una nada en medio, un punto en el mar del tiempo del universo, pero como quiera deseaba permanecer en ella.” (23)
Lo anterior enmarca la narrativa personal y la situación de la enfermedad, ese monstruo que es el cáncer y que merma la salud a medida que inspira grandes hazañas. “En las enfermedades de restas algo le falta al cuerpo: hay un agujero, un hueco, una sustracción; un vacío en el cuerpo que no logra completarse para estar entero de nuevo.” (39)
Aquí la Historia de México se combina con la historia familiar: sabemos el marco histórico, las muertes y los desparecidos, lo oficial y lo vergonzoso, el miedo y el terror, no sabemos el porqué de las acciones, de la enfermedad, del dolor. “Hay momentos que se quedan con nosotros siempre, aunque no haya fotografías. Se levanta frente a nosotros una imagen y la vemos una y otra vez. Es un retrato sin contornos, sin esquinas. No vemos lo que está más allá, qué pasó antes o qué sucedió después. Y así pase el tiempo, los años, queda intacto en un archivo de nuestra cabeza, que de tanto en tanto sacamos y le pulimos el vidrio para verlo de nuevo.” (34)
En la novela, abunda la narración en primera persona desde la visión de cada personaje: quien narra, quien padece, quien investiga. Los saltos temporales se entretejen, siendo el hilo conductor las preguntas y las vivencias diarias. “El amor es un lugar extraño, un espacio desconocido. No se puede explicar por qué se ama. Una camina a tientas en ese páramo. A veces se llega al puerto de quien espera, del que abre los brazos, hay un alivio en el ser amado, un descanso.” (45)
Con los intertextos se enriquece la narrativa: el informe de la investigación, las grabaciones que el protagonista hace, las noticias arrancadas de la realidad. La investigación del detective Rodríguez, aunque aparentemente desvinculada de la familia, se entrelaza con la trama principal, revelando conexiones inesperadas y profundizando en la complejidad de los hechos.
La enfermedad de Cristina sirve como un catalizador para revivir el pasado y confrontar los secretos familiares. La figura del padre asesinado se mantiene presente en la vida de los personajes, quienes buscan respuestas y significado en medio del sufrimiento. “La enfermedad muestra esa cárcel que uno carga a cuestas, esa tiranía material del anclaje a la carne que contiene el soplo de la vida.” (90) Y más adelante: “En medicina aprendí que las células del cuerpo se modifican, ya no tenemos las mismas con las que nacemos. Se nos fueron acaban las partículas de papá, cada átomo, cada huella.” (266)
El amor filial se enfrenta a los pequeños secretos familiares -dónde quedaron los discos o la guitarra del padre; quién pudo haber salvado o condenado a Antonio; la economía y la forzada migración-, el desconocimiento de los hechos a las investigaciones fallidas, el aliento por recuperar el pasado a una enfermedad que se oculta y que destruye. “Yo también aprendí a callar.” (208) dice con profunda voz la protagonista.
Mientras se narra, se reflexiona sobre el escribir… también se aborda la necesidad, el dolor y la esperanza de la mudanza, el cambio, la lucha de la clase media por subsistir. “En inglés, no había papá.” (267)
Como letimotivs, la novela explora: la enfermedad, la patria, el dolor, la ausencia. Y claro, la Historia, la política y sus adeudos con la sociedad. “Esas palabras susurradas a medias que una pesca al vuelo tras un escritorio, en el dintel de una puerta, por una ventana. Un diálogo vedado que pondría en movimiento toda una serie de pequeños disimulos que se han cuidado por mucho tiempo para que no salgan a la vista de todos.” (274-275)
Lo familiar trasciende para una provocación universal: el dolor ante una pérdida irreparable, tal vez sin sentido. “Soy una especie en extinción buscando huellas materiales de la familia que hemos sido en los archivos que nos quedaron en cajones y repisas. Una arqueóloga doméstica de nuestra vida.” (309) Y poco después: “Somos una civilización perdida. Hubo algo, alguien una vez. Una casa. Una familia. Una mañana de sol, mientras da vueltas un disco.” (309)
Los personajes son multidimensionales, y un ritmo intenso va entretejiendo la historia que nos rodea. “Veme, carajo. No me voy. Me tendrás que ver. Mírame, yo también existo, no me he muerto, no he desaparecido todavía... Esta es mi voz viva, desnuda. Aquí, delante de ti.” (313)
En Todo lo que no sabemos "Hay una memoria que se intuye, que se lleva dentro, que dicta lo que hay que hacer.” (210) La recuperación se convierte entonces en ese catalizador del dolor, los recuerdos que deben seguir vivos, las fotografías que parecen evitar que todo se desvanezca. “A veces me pregunto cuántas fotografías acaban por amansar el dolor, por contenerlo, dentro de ese falso manto de alegría a la que la ejecución de la misma foto nos obliga.” (88)
La novela, en otras palabras, invita a cuestionar las versiones oficiales de la historia y a reconocer las voces de las víctimas que han sido silenciadas por el tiempo y condenadas al olvido, mientras reflexionamos sobre la enfermedad y la solidaridad, el amor filial y la necesidad de construir un espacio seguro para la familia.
Un excelente texto para conocer esos fragmentos que la historia parece “olvidar”, y profundizar entre lo que nos hace humanos, que nos fortalece, que nos permite seguir adelante. Aunque no sepamos cómo, lo importante es seguir adelante.