miércoles, 28 de enero de 2015

Un homenaje lleno de amor: El olvido que seremos

Me habían recomendado al autor colombiano de extraño apellido: Héctor Abad Faciolince. Compré dos de sus textos y decidí empezar por El olvido que seremos (2003)

Una decisión completamente acertada: me topé con un estilo lento pero de un lenguaje sencillo. Diálogos adecuados, descripciones necesarias, reflexiones atinadas. Una voz narrativa en primera persona que, poco a poco, deja entrever sus fobias y filias, frente a uno de los seres más grandes  que haya tocado su vida: su padre.

La obra puede dividirse en dos partes. En la primera, está la recuperación del paso infantil y juvenil de un personaje (que el autor le presta la voz a su narrador) frente a 6 hermanas, madre trabajadora y un padre comprometido con su familia, con él en particular al ser el único hijo varón, y con su país: es un médico colombiano dispuesto a modificar las políticas públicas en salud en una época donde hablar de alimentarse bien y de hervir el agua podría ser ejemplo de trabajo subversivo o comunista.

En la segunda, casi en la edad adulta del narrador, se deja a un lado el tinte personal para hablar de un país convulsionante, un médico empeñado en que mejore la sociedad, las amenazas y los grupos paramilitares, incluso, las tribulaciones de un padre reciente y un hijo comprometido. La combinación de ambas resulta en un extraordinario homenaje a la vida, al compromiso, al amor familiar.

Es un texto, con más tintes de narración que de novela, que simplemente se disfruta entre líneas, viendo cómo los personajes van evolucionando para mostrar respeto y cariño, y sobre todo, admiración hacia la labor. Trabajador incansable, aunque sin un peso en la bolsa, siempre estaba dispuesto a apoyar si alguien le pedía. “Hay un único motivo por el que vale la pena perseguir algún dinero: para poder conservar y defender a toda costa la independencia mental, sin que nadie nos pueda someter a un chantaje laboral que nos impida ser lo que somos.” (130)

Y es que el mismo narrador reflexiona sobre el hombre, el padre, el médico, el abuelo, el desinteresado en el dinero, el comprometido con su ideología, y así como cada letra forma una palabra, así cada anécdota va dando el perfil de este singular personaje. “Esa manera de ir hundiendo sonidos, como en un piano, para convertir las ideas en letras y en palabras, me pareció desde el principio –y me sigue pareciendo- una de las magias más extraordinarias del mundo.” (21)
El padre murió muchos años atrás, pero el narrador nos dice que el texto fue madurando lentamente, hasta que decide enfrentar su pasado. “Las imágenes se han perdido. Los años, las palabras, los juegos, las caricias se han borrado, y sin embargo, de repente, repasando el pasado, algo vuelve a iluminarse en la oscura región del olvido.” (144)

Y de esa iluminación logra homenajear de la única manera real que tiene a su alcance: las palabras. “Creo que el único motivo por el que he sido capaz de seguir escribiendo estos años, y de entregar mis escritos a la imprenta, es porque sé que mi papá hubiera gozado más que nadie al leer todas estas páginas mías que no alcanzó a leer. Que no leerá nunca. Es una de las paradojas más tristes de la vida: casi todo lo que he escrito lo he escrito para alguien que no puede leerme, y este mismo libro no es otra cosa que la carta a una sombra.” (22).

El texto dividido en capítulos, algunos de ellos con nombre, otros simplemente con números, hace un recuento de esa vida familiar, de la relación padre, la vida de un país que se debate entre la violencia y la solidaridad. Con algunos epígrafes, canciones o poemas, Abad Faciolince hace gala un amplio conocimiento literario, partiendo de la famosa frase de Borges: “ya somos el olvido que seremos”.

A fin de cuentas, esta historia va más allá del pasado, y en forma honesta nos hace reflexionar en cómo un padre puede amar a sus hijos, y cómo los hijos permiten que ese amor esté siempre presente, nunca en el olvido.

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