Hablar de teatro es hablar de experiencias. Hablar de teatro también es
hablar de crítica social. Hablar de Samuel Beckett en Esperando a Godot (1952)
es hablar de experiencias y de crítica social.
Una obra poco lógica –de hecho, se pude decir que pertenece al Teatro
del absurdo– plantea a dos personajes peculiares: Vladimir y Estragon, que en
medio de algún lugar no definido esperan a Godot. Mientras esperan, realizan
una revisión de la sociedad a su alrededor, tocan temas en apariencia sin
importancia, y ven el paso de las horas sin saber exactamente cuánto tiempo ha
pasado, y a veces ni qué están haciendo ahí.
Dividida en dos actos, con un lenguaje soez y violento, somos testigos
de diálogos encarnizados por la sombre de un árbol, un sin sentido de por qué
esperan lo que esperan y, en especial, del maltrato al que podemos llegar hacia
nuestros semejantes.
En su espera, conocemos a Pozzo y Lucky, amo y siervo, que van
representando al todopoderoso y humillador, mientras el sirviente y humillado
demuestran los límites de la tolerancia y la violencia.
Con diversas adaptaciones en sus mas de 60 años de vida, la obra
combina a estos 4 personajes, una escaza escenografía y recursos visuales, para
centrarse en el vacío de la vida humana, el tedio y la espera sin sentido que
puede representar la modernidad.
Los personajes se enfrentan a golpes, se gritas, se lastiman, mientras
esperan a Godot, siguen esperando a Godot, y seguirán esperando…
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