Poetiza argentina consagrada, Olga Orozco, escribió diverso poemas que
han trascendido las décadas por su lenguaje vivo y sus temas particulares como
el amor, la mujer y la muerte.
Ya enferma, narra Ana Becciú editora de esta colección Últimos poemas
(2009), dejó un legajo con 12 poemas. Recelosa de su trabajo, siempre hacía
diversas versiones y borradores, hasta terminar el poema en cuestión. Tal vez
como un presentimiento de su muerte, dejó la carpeta donde ella pudiera verla,
y tal vez, publicarlos a su fallecimiento. Y así fue.
Como menciona también el libro, en esta colección “verbalizó su última
mirada sobre el mundo y su propia experiencia vital, desde la niñez (asimilada
al paraíso perdido) y la adolescencia (años de revelación) hasta el reino de la
memoria, donde el tiempo se defiende ante la llegada de la muerte”.
Es una colección en un lenguaje preciso, culto, donde las figuras
literarias dan paso a un aparente lenguaje coloquial, y a la vez, a descifrar temas
ocultos entre sus sílabas: “Ni mi carne fue triste ni tampoco leí todos los
libros… Pero abrí muchos libros como puertas que daban a circulares laberintos
de puertas…”(31-32)
Es también una revisión del fin, una reflexión hacia el fin de los días,
y también del amor que nos envuelve: “Yo te confieso ahora, mientras estoy
aquí,
mientras aún me anuncias o me sigues, no sé si como emisaria o como
espía,
que quienquiera que seas no querría perderte entre otras sombras.
no me dejes entonces nunca a solas con mi desconocida:
no me dejes conmigo.” (51)
En la búsqueda de sí misma, la autora encontró la palabra. Y nosotros,
su poesía.
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