domingo, 28 de junio de 2015

Entre la música y la exploración de lo humano






Me gusta platicar de literatura. Y me gusta que me recomienden textos o autores. Platicando con una compañera colombiana, me recomendó una novela que ha hecho historia en ese país, pero que es poco conocida en México. La busqué en una compañía de libros digitales y zas, a un precio bastante accesible la encontré.

La experiencia fue magnífica. Fue adentrarse a un mundo completo, lleno de música, caló, sentimientos, emociones, y un viaje casi indescriptible.

¡Que viva la música! es una novela de Andrés Caicedo. Su única novela, después de consagrarse como  cuentista. No entraré en los detalles de su persona, para eso hay biografías e incluso retazos de su vida en 4 magníficos ensayos cortos que incluye la versión electrónica editada por Alfaguara. 

La novela se ubica entre la década de 1960 y 1970, los musicólogos podrán encontrar sendas referencias para ubicarla en un tiempo determinado. Se ubica en Colombia, específicamente en Cali, ciudad que 10 años sería noticia por la violencia desatada en la nación suramericana. Y a su vez, nos adentramos en los barrios acomodados de la ciudad, y también en sus alrededores inhóspitos.

Su lenguaje, una revisión del caló local, salpicado de modismos, de musicalidad, de citas, de referencias sociales y culturales, en fin. Esta característica da trabajo para un lector no acostumbrado al habla muy coloquial, pero a la vez es uno de sus grandes logros.

La línea narrativa parece lineal: una chica comienza una noche intensa –al ritmo de la música, claro y va explorando una fiesta, una reunión, una tocada, una juntada, un viaje, en fin.

Diálogos abundantes, corrientes de consciencia, música y poesía, todo se mezcla con las drogas, la música rock-pop-cumbia, la costumbres de la alta y baja sociedad, las pasiones, los límites de la tolerancia… y esa fascinación por escuchar música en inglés, aunque no se le entienda algo.

Pensamientos propios, referencias sociales y musicales, fragmentos literarios, en fin, un fondo que impregna la aventura de sensaciones diversas –como una buena rapsodia- nos enfrenta a un persona, tal vez dueña de sí misma, pero que busca vivir al límite.

Aquí lo único que se prohíbe es aburrirse, estar en las mismas convicciones sociales, escuchar lo que escuchan todos, hacer lo que hacen todos. 

Un aparente descenso al averno ya tocando el fondo de esta vida ficticia, hasta que en un viaje todo queda clarificado. Las emociones van tomando forma y los límites desvaneciéndose como las notas de un final silencioso. 

Personajes poco trazados (como una melodía apenar definida), una protagonista fuera de cualquier partitura, la revisión de una década que al parecer alejada, sencillamente está muy presente. Las emociones y las percepciones ahí planteadas son las de cualquier joven, de 1970 o de 2010... una rebeldía casi sin sentido, casi sin tapaduras. 

Una excelente novela. Difícil de leer sí, pero que nos demuestra la calidad literaria de un autor que es completamente vigente en tiempo y en emociones. Una novela que parece arrancada de esta década, de esta necesidad de expresarse y vencer los límites de nuestro alrededor. 

Muy recomendada, para disfrutar al ritmo que se quiera, a un ritmo siempre vivo.