viernes, 31 de octubre de 2025

Entre mascotas y el asombro: El gato que veía del cielo

El gato que venía del cielo (Alfaguara,2025) del autor japonés Takasi Hiraide es una novela poética y contemplativa que narra la historia de una pareja de escritores que vive en una pequeña casa de alquiler en un barrio tranquilo de Tokio. Su rutina cambia cuando aparece Chibi, la gata de unos vecinos, que comienza a visitarlos todos los días.

La novela tiene un tono lento, descriptivo, visualmente rico, emocionalmente completo. Un texto, diríamos, netamente japonés. Especial para los amantes de los gatos, quienes los ven no solo como una mascota, sino como un compañero caprichoso que puede lograr ser parte integral de la vida diaria, y en especial, la vida común de cualquier hogar.

Aunque Chibi no es su mascota -tiene dueños afectuosos y estrictos como el niño que le consciente y la mamá que le atiende-, la pareja desarrolla con ella una relación profunda y silenciosa. Sus visitas breves pero constantes llenan la vida de los protagonistas de ternura, descubrimiento y momentos de contemplación.

Si bien reconocen que nos personas de mascotas, Chibi comienza a posesionarse de ciertos rincones, a lanzar una mirada furtiva, a ser parte de esa rutina necesaria. A través de este gato redescubren la belleza de lo cotidiano, la naturaleza cambiante del jardín y la sutil conexión entre los seres vivos.

La novela avanza con una sensibilidad minimalista y delicada, centrándose más en las emociones y en la atmósfera que en la trama, como hemos mencionado, destacado en textos japoneses.

Chibi desaparece en paralelo a la necesidad de dejar la casa debido a circunstancias externas, adquiriendo entonces un tono nostálgico que reflexiona sobre el paso del tiempo, la pérdida, la memoria y la efímera presencia de los seres que marcan nuestra vida.

Los vecinos-dueños comparten qué ha sucedido con Chibi, pero la pareja (narrador y su esposa) no aceptan este destino. Curiosamente, los nombres de los personajes se desvanecen entre las descripciones del patio, de los rincones donde la gata solía esconderse, de las decisiones que de una u otra forma se tienen que enfrentar.

Un texto nostálgico, un narrador que vale la pena seguir y, en especial, una mirada a esos seres que con un toque místico rodean nuestra vida.

sábado, 18 de octubre de 2025

2 mujeres, el pasado, la búsqueda, el futuro: La hija del curandero

A la escritora norteamericana de padres asiáticos Amy Tan la conocí con la extraordinaria novela El club de la buena estrella. En La hija del curandero (Plaza Janés, 2001) retoma el leitmotiv de la relación madre-hija, la migración y la recuperación del pasado.



Con una escritura lenta, capítulos largos, multiplicidad de personajes y dos historias en paralelo, la novela va explorando los años previos a la segunda guerra mundial en una región china, la invasión japonesa, las creencias y las costumbres de la región, a medida que conocemos a una hija desesperada por conocer la otra parte de su madre, aquella que la demencia senil quiere desvanecer.

La recuperación de unas hojas caligrafiadas en caracteres chinos permitirá esa exploración del pasado, y con la detonante de una vieja fotografía, la recuperación de la historia familiar y cómo todo se ha acomodado para ser lo que hoy son.

El contraste entre el mundo enigmático y casi fantástico donde todo se cura con hueso de dragón -que eventualmente da nombre al texto- frente a la modernidad contemporánea de relaciones familiares, enfrenta a dos creencias diferentes, dos perspectivas de la vida que parecen no estar reconciliadas.

Si bien maneja un ritmo lento, la novela desarrolla los personajes, demostrando la habilidad de crear personajes que tienen una versión actual, pero derivados de una historia singular.

En La hija del curandero, Ruth Young es una escritora de encargo -recordemos el término ghost-writer- que vive en San Francisco en la época contemporánea; hija de LuLing, una inmigrante china mayor que comienza a mostrar signos de demencia senil y pérdida de memoria. Ruth sospecha que su madre está muy enferma y decide ocuparse de ella más de cerca, haciendo a su familia y a tu trabajo a un lado.

En un punto determinado encuentra entre las cosas de LuLing unos documentos escritos en chino: memorias de su infancia y juventud en China. Tratando de entender por qué su madre es como ha ido, y una posible razón de su demencia, a través de esas páginas Ruth va descubriendo secretos del pasado de su madre, incluyendo leyendas, maldiciones, fantasmas, amores, traumas y verdades que nunca había compartido abiertamente. Incluyendo su nombre, su madre.

En este momento la novela nos revela su estructura: el presenta caótico, la recuperación del pasado, y el regreso a la época contemporánea. Capítulos amplios, descripciones abundantes, diálogos que buscan retratar las épocas, la autora nos construye ese mundo que confronta lo mágico de un dragón, con la realidad de la miseria y la guerra.

En estas revelaciones, conocemos que LuLing en un pueblo rural chino llamado Corazón Inmortal, su relación profunda con su nodriza muda, la existencia de creencias tradicionales sobre espíritus, huesos de dragón, el “Hombre de Pekín”; y heridas familiares que se guardan en el silencio. Ruth, al conocer esos fragmentos del pasado, logra acercarse a su madre, comprender los motivos de su conducta, las heridas que la han marcado, y así ambas generaciones encuentran un punto de reconciliación emocional, pues lo que estaba oculto u olvidado cobra voz antes de que la memoria de LuLing se desvanezca completamente.

Una novela que pareciera de recuperación de la memoria y el contraste de lo tradicional/moderno, termina siendo una reflexión sobre la familia, la relación madre-hija, lo que valoramos de otras personas y, claro, la fidelidad que el concepto “familia” tiene en diversas culturas.

Amy Tan confirma un estilo narrativo que combina lo íntimo con lo cultural: usa memorias y voces alternadas —la de la madre (LuLing) en primera persona al relatar su pasado, y la de la hija (Ruth) en tercera persona o en presente vivido— para mostrar la distancia generacional, los malentendidos, pero también los lazos afectivos profundos.

Retoma también esos elementos mágicos que en países como China existieron hasta “la invasión de occidente” y cómo la guerra mundial reconfiguró fronteras y naciones, sin olvidar los cambios que entre las personas y las familias surgieron por las migraciones y la necesidad de vivir en otras tierras.

Una novela para disfrutar personajes interesantes, y esa apropiación cultural que pareciera perderse pero que reside en cada migrante, en cada familia, en cada relación.

lunes, 6 de octubre de 2025

El acto de correr y la búsqueda de uno mismo: Murakami

Me declaré hace algunos años fan de Haruki Murakami. Lo conocí con el afamado Tokio Blues y he seguido con algunos de sus libros, cuentos y el ejercicio documental sobre los ataques con gas en el metro de Tokio en Underground. Claro, me falta mucho por leer, pero hice espacio para leer el ensayo… o libro de recuerdos (memorias como clasifican los norteamericanos)… What I talk when I talk about running (Vintage Books, 2009)

Aquí correr no es solo ejercicio, es un acto de búsqueda a uno mismo, a darle sentido al tiempo y, claro, a la escritura. A fin de cuentas, estamos ante un escritor consciente que debe ir más allá de su escritorio (aquí vale la redundancia)

Dividido en fechas a manera de diario, Murakami nos traza un entrenamiento para un afamado maratón, mientras cuenta por qué comenzó a correr, cuánto tiempo le llevó ir de correr 30 minutos a correr al menos 1 maratón al año, e incluso la prueba casi sobrehumana del ultramaratón en Japón. Posteriormente, nos cuenta su aproximación al triatlón a una forma diferente de hacer ejercicio, donde incluso tiene que aprender nuevamente a respirar para tener un control personal y, claro, de rendimiento deportivo.  

El texto presenta ese estilo lento, reflexivo, evocativo en algunas partes, que caracteriza al escritor japonés. Ahonda poco en sus otras obras, limitándose a indicarlas en algunos momentos de su crecimiento como deportista y las circunstancias que llevan a su publicación, esto especialmente con sus primeros textos, cuando descubre con asombro que tiene algo que decir y, en especial, hay personas a la expectativa de su siguiente libro.

Específicamente, el diario arranca contando cómo el narrador -para no decir el propio Murakami- decidió dejar atrás su vida bulliciosa (cuando era dueño de un bar de jazz, que inspirará sus novelas iniciales y otro importante libro de recuerdos) para dedicarse por completo a la escritura, y cómo el hecho de entrenar para correr surgió como una práctica para mantenerse físicamente activo y mentalmente claro.

Los paralelismos entre hacer ejercicio y escribir se hacen evidentes: ambos requieren entrenamiento, disciplina, incluso dolores físicos como mentales. Todo se convierte en una prueba por superar, en una forma de exigirse a sí mismo.

De esta forma, Murakami no solo habla del running como ejercicio físico, sino como metáfora de la escritura y de la vida: sostiene que correr día tras día le ha enseñado perseverancia, asumir el sufrimiento, mantener un ritmo propio, adaptarse al envejecimiento, y entender que muchas batallas importantes —con uno mismo— se ganan paso a paso, no por saltos espectaculares.

A fin de cuentas, estos tipos de ejercicios son solitarios, como el propio proceso de escritura. Implicando enfrentar fracasos y éxitos, altibajos y retos diarios. Pero a la vez, alimentando la creatividad, la contemplación y la búsqueda de sí mismo a cada kilómetro, a cada página.

Un texto breve (esta versión tiene 180 hojas, incluyendo prólogo y una singular fotografía del autor en un espacio olímpico) que encierra una profunda reflexión, muy propia del escritor japonés y que vale le pena aproximarse. Tanto si nos gusta el acto de correr o hacer deporte, como el acto de escribir. Ambos humanos, ambos necesarios.