domingo, 31 de julio de 2011

Gaijin: Una migración desconocida

Maximiliano Matayoshi ganó en el 2002 el Premio Primera Novela UNAM-Alfaguara con una novela diferente: Gaijin.
Extranjero en japonés, esta palabra definirá una migración prácticamente desconocida en nuestra literatura: la Segunda Guerra Mundial no sólo provocó la destrucción de Europa y de Japón, sino que provocó el desplazamiento de muchos de sus habitantes hacia tierras completamente ajenas.
Y esto no solo en el idioma, sino en las costumbres, en la alimentación, en la cultura. De esta forma, entramos a un barco que recorre la ruta Japón - Argentina, tocando puertos asiáticos, africanos y finalmente llegando a un idioma desconocido, un clima insospechado, un descubriento personal sin límites.
La novela arranca cuando Kitario, un niño japonés sobreviviente de la guerra camina con su madre y su hermana buscando alimento. De pronto, se da cuenta que tomará un barco e irá lejos de su tierra para tratar de sobrellevar la situación. Su madre ha tomado sus ahorros y decide enviarlo a una mejor vida.
Ahí, conocerá a otros huérfanos -su padre y el de muchos de ellos han fallecido por la guerra- y comenzará una serie de aventuras que incluye su primer baile, su primera apuesta y, casi sin quererlo, su primera coca-cola.
Verá también el odio que muchos tienen contra los japoneses, así como el maltratado que la gente africana sufre a diario.
Casi enamorándose, llega a la Argentina solo, confinado a un aislamiento hasta que alguien pase por él, a sabiendas que nunca llegará. Pero uno de sus amigos lo rescata, va con parientes a trabajar a una lavandería, actividad que jurará no hará mucho tiempo.
Después de aprender a hablar español, aprende también el arte de hacer negocios, y con una nueva pareja de migrantes va hacia Mendoza y ahí comienza una nueva etapa de su vida. El amor, los estudiados universatirios y una biblioteca, lo harán retomar su añoranza y su sueño de regresar al Japón.
La novela, escrita que capítulo cortos cual haikus, con un lenguaje sencillo, casi deprovisto de metáforas, se convierte en la voz de la maduración, de una vida a otra que permitirán descubrirsé a sí mismo, y en sí, saberse extranjero con un poco de esperanza.

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