Nélida Piñon, nos obsequia una visión diferente, erótica,
misteriosa, llena de vida y de temor sobre Scherezade en Voces del desierto
(2006)
Editada por Alfaguara, traducción de Mario Merlino, esta
novela consagra la riqueza del lenguaje de la autora brasileña, quien narra
rayando en lo lírico. Pocos pero significativos personajes se conjugan en la
narración: Scherezade (su protagonista), Dinazarda (hermana de Scherezade y en
ciera manera su antagosnita), el Visir (padre de ambas, al servicio del califa),
el Califa (enigmática figura que aquí tiene poca voz y mucha acción), Jasmine (una
de las mujeres del harem que será clave en la historia) y Fátima (quien cría a
la protagonista)
Desde la primera frase, nos enfrentamos a un personaje que
rompe con los paradigmas: “Scherezade no teme a la muerte. No cree que el poder
del mundo, presentado por el Califa, a quien su padre sirve, consiga decretar
mediante la muerte el exterminio de su imaginación.” (9) Y es que la hija de
Visir nace en uno de los poblados del desierto, que harán en ella profunda
huella a través de las historias de Fátima, la criada que le orienta en vida. Posteriormente,
gracias al trabajo de su padre, se mucha con Dinazarda al palacio real, donde
aprenderá aquello destinado a los varones o a los ricos, situación que
aprovechará en su momento.
La anécdota se asemeja a Las mil y una noches, y si bien
leemos de Aladdín o se Simbad, lo importante en esta novela no son esas
historias que la protagonista sabe narrar e hilar cada noche para salvar su
vida, aquí lo valioso con las reflexiones que el narrador deja entrever.
Dominando las descripciones y las introspecciones de los personajes,
ese poderoso narrador omnisciente compite en calidad narrativa con la
protagonista, dejando ricas visiones del presente.
En esta ocasión, en voz y pensamiento del propio Califa,
recobramos la historia de sus héroes y parientes, quieren expandieron las
fronteras del reino, y de su propio padre quien lo hizo poderoso. Ahora a él le
toca hacerlo aún superior en lo político y, por qué no, en todos los aspectos
que Alá le permitan.
Sin embargo, ese crecer de amigos y enemigos, su propia
esposa le falta al respeto al estar con uno de los hombres de confianza. Eso hace
al Califa –de acuerdo con su propia narración- en desconfiar de toda mujer y
ejecutar la sentencia que marcaría al reino por muchos años: matar a toda
doncella que deje de serlo en sus aposentos, entregada al verdugo, porque no
merecen vivir.
Hasta que conoce a Scherezade. Le llama la atención su
seguridad, la forma en que mueve su cuerpo para satisfacer los actos netamente
carnales, pero más aún su habilidad de contar historias. Consciente de ese
poder, cada noche le perdona la vida para escuchar un poco más.
Salvando su vida, las hermanas comienzan a entreteje una red
de cuerpos, historias y trampas donde las voces se combinan con los olores, los
juegos, los retos al monarca –que eventualmente descubre todos- pero que decide
jugar con ellas para dar una oportunidad.
De esta manera, aunque salvando la vida, la protagonista
quiere retomar el desierto y aquel amor que le tiene Fátima, sabe que no puede solicitarlo y posiblemente nunca
tendría el permiso, porque vale la pena modificar esa costumbre salvaje de
eliminar a las mujeres. Sabe que hay más. ¿O no? “¿Qué será de ella entonces,
sin rumbo y sin historias, en caso de que el soberano le perdone la vida? ¿Acaso
la imagen de una mujer convertida en cisne, tortuga, anémona? Bien sabe que no
hay piedad en aquel corazón.” (241)
Llena de temores, las hermanas involucran en el juego a
Jasmine, quien ofrece un cuerpo similar a Scherezade, aunque no su destreza
verbal. Si bien es una obligación del propio cuerpo que el Califa se empeña en
desempeñar, poco a poco los juegos eróticos van ganando terreno entre las
historias hilvanadas, hasta construir un universo propio donde todos juegan,
disfrutan, erotizan.
En esos tintes la novela destaca: capaz de combinar las
reflexiones, los juegos líricos, las situaciones narrativas, haciendo que
aquello que aparentemente no tiene vida, logren prolongar –precisamente- la
vida cada vez más.
Un tirano en su expresión más completa y, a la vez,
profundamente humano que rompe con el estereotipo clásico. Así el Califa podría
dejar el papel de machista-todopoderoso para construir en su momento una sentencia,
en su propio pensamiento, nos permiten identificar otro futuro: “Gracias a su
tiranía, responsable de un hecho inicialmente deshonroso, la historia de su
pueblo se consagraría para siempre. Una edificación verbal más poderosa que
cualquier mezquita o palacio erigidos con piedra, cal y sudor.” (312)
Más que una novela feminista, el texto se convierte en un
profundo ejercicio sobre el valor de la mujer, el profundo de dolor de una
persona con poder, y en la habilidad de cambiar, que requiere muchas veces aún
más poder y conocimiento que las simples decisiones tiránicas.
Una excelente novela para profundizar en una historia
clásica, un ejemplo de la riqueza narrativa e Piñon, que consagran ese poder
narrativo que tiene y que la hacen una de las mejores voces de la literatura
brasileña y, claro, latinoamericanas.
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