Antígona ha sido una obra clásica reinterpretada una y otra
vez. Ya sea en la tradicional Grecia, en el Alemania Nazi o en el corazón de la
dictadura militar en Argentina, la búsqueda de honor a un hermano ha sido
motivo de reinterpretación.
En esta ocasión, Sara Uribe rompe las barreras de los
géneros literarios para traer una obra magnífica, Antígona González (2019), que
precisamente presenta una nueva visión de la obra de Sófocles.
En la tragedia original se cuenta la historia de dos
hermanos que al estar en bandos opuestos de matan. Uno es partidario del rey
(tío de éstos) y el otro lo acusa de tiranía, el primero es enterrado con todos
los honores y el otro, dejado a su suerte por mandato real. Las hermanas de los
héroes caídos viven en Tebas, mientras Ismene decide aceptar el trágico
destino, la otra hermana, Antígona quiere complacer a los dioses y enterar
debidamente a su hermano, aunque esto lo enfrente al rey. Así comienza una lucha
de poder y convicciones, de enfrentamiento entre la ley divina y la humana, de
humildad y osadía, todo reunido en torno a la familia y a la figura del rey.
Uribe retoma el conflicto de Sófocles para situarlo en algún
lugar del país: una hermana busca el cuerpo de su hermano, que ha desparecido –al
parecer- por vínculos con el crimen organizado, o por un secuestro, o por una
venganza, o simplemente por el gusto de alguien… lo cierto es que su hermano desparecido
ha traído en su hermana Antígona González la necesidad de salir a pesar de los
peligros y emprender su búsqueda. “Donde antes tú ahora el vacío. Nadie llamó
para pedir rescate o amedrentarnos. Nadie dijo una sola palabra: como si
quisieran deshacerte aún más en el silencio.” (19)
Encuentra en el camino falta de ayuda oficial, nada de
cooperación de posibles testigos, silencio en todos los rincones. “No querían
decirme nada. Tadeo no aparece. No querían decirme nada. Un vaso resbalando de
una mano húmeda. El nudo y la náusea. El nudo, pequeñas gotas de sangre fresca
sobre los mosaicos.” (16)
Solo escucha voces igual a la suya: otras personas buscando
a su padre, su pareja, su hijo, su esposa, su hermano… En este mundo solo hay
temor, desesperanza, desolación, ausencia. “Pero ¿cómo no voy a buscar a mi
hermano? Díganmelo ustedes. ¿Cómo no voy a exigir su cuerpo siquiera para
enterrarlo? ¿Cómo voy a dormir tranquila pensando en que puede estar en un
barranco, en un solar baldío, en una brecha?” (23)
Para mucho, incluyendo Antígona, pareciera que lo único es
la resignación y el olvido. Las autoridades lo hacen, por qué ella, ellos, no. “Rezo
para que tu cuerpo ausente no quede impune. Para que no quede anónimo.” (28)
Escrita a manera de viñetas, la obra está hecha para un
montaje, una lectura en atril, combinando diálogos o voces narrativas, mientras
la lírica de sus frases asemeja a la poesía, combinada con testimonios
arrancados de la realidad de una noticia o de un reportaje, mientras continúa
la anécdota inicial a manera de novela.
Lo cotidiano, así como lo trascendental, se fusionan en cada
página de esta obra. “Sé que nunca te gustó que no desayunara, pero desde que
ya no estás no hay nadie que me regañe por no hacerlo.” (51)
La intertextualidad también se hace presente. Como mencionamos,
en una noticia, en un reportaje, en un testimonio recopilado por la autora. “Vine
a San Fernando a buscar a mi hermano. / Vine a San Fernando a buscar a mi
padre. / Vine a San Fernando a buscar a mi marido. / Vine a San Fernando s
buscar a mi hijo. / Vine con los demás por los cuerpos de los nuestros.” (64)
La realidad y la ficción se combinan, se fusionan.
Uribe nos orilla a retomar la tragedia original, a
identificar su vigencia. “Yo supe que vería una ciudad situada. / Supe que
Tamaulipas era Tebas / y Creonte este silencio amordazándolo todo.” (65)
Efectivamente, en la obra no hay un rey presente que amenaza a Antígona si
viola su ley. Pero al menos está presente. En esta realidad no hay rey, no hay
ley, no hay autoridad.
Con un lenguaje llano, que nace de las personas comunes. Con
frases o párrafos cortos, con escasos diálogos, pero con una polifonía que
ensordece. Y en todo, la ausencia, el dolor. “¿Qué cosa es el cuerpo cuando
alguien lo desprovee de nombre, de historia, de apellido?” (68)
Destaca el letimotiv de los vasos, algunas veces llenos,
algunas veces vacíos, otras rotos o hechos añicos. ¿La vida, el cuerpo? Su representación
puede ser múltiple, y todas certeras.
El texto también combina preguntas y respuestas, retóricas,
sobre los desparecidos, sobre lo que ya no está. Lamentablemente, no todas las
preguntas tienen respuesta.
Sin duda una obra para reflexionar, una visión arrancada de
la realidad que ha generado el crimen y la violencia en nuestro país.
La edición de Cooperativa Editorial y sur+ se acompaña de una serie de notas y
referencias que permiten ver esta texto no como una ficción, sino como una
realidad llena de voces y de una apremiante invitación final al lector: “¿Me
ayudarías a levantar el cadáver?” (101) En la tragedia original Ismene se niega
hasta prácticamente alcanzar la locura ¿nosotros haríamos lo mismo?
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