lunes, 20 de abril de 2020

Indio borrado: otra visión de nuestra realidad


He tenido oportunidad de leer y convivir con Luis Felipe Lomelí y además de excelente persona, un gran escritor. Su estilo de textos cortos, lenguaje sencillo arrancado de la realidad, historias sin esteotipos, y personajes destacados.

En este espacio hemos comentado las antologías de cuentos: Todos Santos de California (http://literaturaexperienciaviva.blogspot.com/2014/10/todos-santos-de-california-antologia.html) y Ella sigue de viaje (http://literaturaexperienciaviva.blogspot.com/2010/07/entre-el-relato-y-los-viajes.html) y su estilo queda vivo en la novela Indio Borrado (2014, TusQuets Editores)

En esta ocasión la historia se ubica en una tradicional colonia de Monterrey, tradicional por sus características físicas encima del cerro y su peculiar grupo de habitantes: zona de personas que conviven con la violencia y la tragedia todos días. Las bandas, el narcotráfico, el robo, la violencia familiar, todo ello en el barrio. Que a veces parece no tener salida. “Y nos dicen: Somos Monterrey. La ciudad que arde, la Sultana. Somos los madrugadores, los que se levantan temprano, para el jale. Solo la cultura del trabajo y del esfuerzo… Somos el coraje. Somos los hombres porque está es tierra de hombres.” (103) Pero no todo es positivo, están estos rincones que la autoridad quiere ignorar, muchos más ni mirar.

Un personaje en particular protagoniza la historia, el Güero, miembro de una banda que de una u otra forma quiere salir de este círculo. Comienza a trabajar en la obra, a pesar de las distancias, de la poca paga, de las ampollas en sus manos, de su vestimenta pobre. Pero quiere aprender. Comienza a hacer sueños, a ganarse la confianza, a vivir al día.

El narrador omnisciente que a veces deja hablar al Güero nos deja conocer otros personajes: los integrantes de la banda, la chica que coquetea, el maestro de la obra, los enemigos de otra banda, y un par de hermanos que viven una pequeña tragedia: con necesidad de comer van a trabajar a una esquina, alguien les ofrece vender juguetes que otro roban y ellos tienen que pagar la deuda…

Con este choque de realidad la vida deja de ser sencilla para ellos. Para nadie en el barro. Dejar de pertenecer a una banda tiene su precio… a veces monetario, otras con algo que se ama, otras con la vida. Pero la lealtad es el idioma de esta zona, a toda costa. Y cuando la banda pide un favor, hay que cumplirlo. “Matar –le dicen sus fantasmas-. Matamos al oso y al venado, a la serpiente, matamos para proteger a nuestros hijos y darles su alimento, con el puño limpio, con el mazo y con la lanza.” (139)

Pero no solo ellos deben matar. También el policía y el soldado. Cualquier que pueda hacer daño y que tenga un arma estará dispuesto a hacerlo. En el campo de batalla, en la zona de guerra, en el barrio. “Matar –le dicen sus fantasmas-. Matamos al prófugo y al criminal, al incivilizado, al que no entiende de razones ni de leyes y atenta contra el Estado. Matar. Matarlos morros, antes de que crezcan, en capullo y dormiditos…” (140)

La violencia que vive el Güero no solo está en la calle, también en la casa. Vive con su madre, que aguanta los golpes, el menosprecio, el maltrato. Ve en su hijo a una esperanza y un apoyo, pero no quiere dejar a ese hombre que le ha dado mucho. Tiene un ecotaxi que le permite trabajar de noche, así que de día todo es silencio en casa. Con más ganas trabaja.

Y quiere ganar dinero para comprar una herramienta, invitar a esa chica coqueta que le gusta. Pero no para que su papá se lo robé. De eso también tiene que cuidarse.

La narración va entretejiendo las vivencias del Güero, las profundas reflexiones del narrador, una visión de esta tierra regiomontana que tanto da, pero también tanto quita. Que depende del trabajo de muchos pero ignora a otros tantos. “Porque podemos. Porque somos chingones, rayados, tigres, sultanes. Porque podemos. Somos Monterrey porque podemos. Y ésta es tierra de gigantes.” (104)

Pero no todo es desesperanza. Los deseos de superación, buscar oportunidades, encontrar aquello que nos puede hacer felices, también es algo positivo. “La risa –le dice uno de los fantasmas-, la risa es lo único que nos salva.” (56)

Alguien tiene que reinar en este barrio, a veces por gusto, a veces por necesidad. El Güero tendrá que tomar la decisión final. Sus enemigos también lo saben. En medio de esta violencia, la narración plantea diversos “si hubiera…” lo que abre un abanico de posibilidades, de futuros, de deseos sobre lo que pase a los personajes.

Un excelente texto que retrata una ciudad pujante, un barrio lleno de posibilidades, unos personajes que buscan salir o romper aquello que los apremia. Para conocer una realidad que está a la vuelta de la calle y hacernos reflexionar sobre qué estamos haciendo, y qué dejamos que otros hagan. Conocer el estilo del autor es solo una parte, disfrutar esta narración que raya en lo lírico, otra.

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