Toda novela de Cristina Rivera Garza es un reto para el
lector. Intelectual, literario, conceptual. En una novela corta el reto es
mayor: la autora trasgrede los límites de lo cierto para adentrarse en los
secretos humanos y en las vicisitudes de su sentir.
En La cresta de Ilión (2002) se presenta un médico que
radica en una geografía lejana –arriba de una cresta- y trabaja en un hospital
psiquiátrico buscando hacer un bien para la sociedad. De pronto llega a su casa
una mujer y poco después otra versión de la mujer. La razón y la locura se
combinan para presentar un aparente triángulo amoroso, un misterioso paciente y
la búsqueda de la propia identidad.
En una especie de Orlando moderno, el protagonista pierde su
identidad, se enfrenta a la locura y busca entender a los personajes femeninos
desdoblados, mientras su propia reflexión se encamina hacia lo incierto.
Con capítulos cortos, diálogos envolventes, manejo del
secreto y una serie de reflexiones, la autora nos adentra en los límites de lo
real y de lo fantástico, de la locura y la razón. En medio, un manejo del
espacio interesante: el hospital, el mar, los caminos, cada uno va cobrando
singular importancia. “Uno necesita el mar pare esto: para dejar de creer en la
realidad. Para hacerse preguntas imposibles. Para no saber. Para dejar de
saber. Para embriagarse de olor. Para cerrar los ojos. Para dejar de creer en
la realidad.” (88)
Precisamente los capítulos cortos obligan a un ejercicio del
lector: tiene que buscar pistas entre los diálogos, entre las situaciones o
entre las reflexiones, para tratar de descubir –como un narrador omnisciente- lo
limitado que el persona –y nosotros como lectores- estamos ante qué es lo real
y qué está imaginando el protagonista.
Y de pronto se da valor a situaciones tan insignificantes
como mirar por la ventana o disfrutar el mar. Hay incluso un valioso fragmento
donde el narrador-protagonista dice: “No se pueden hacer muchas cosas sobre la
cama de un hospital. Es posible: 1. Ver el techo en todo detalle, con extrema
minuciosidad. (…) 29. Recibir, un buen día, el documento que certifica el bues
estado de salud propio.” (146-148)
Este capítulo lúdico, aparentemente absurdo, invita
precisamente a adentrarse en los límites de la cordura y subir por la cresta.
Un final inesperado, una lectura que obliga a la relectura,
una excelente novela de Cristina Rivera Garza.
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