Graciela Montes y Ema Wolf ganan el Premio Alfaguara de
Novela 2005 con una visión diferente de la historia: El turno del escriba
(Alfaguara, 2005)
Con un ritmo lento, abundantes descripciones, visión
histórica a detalle en lo urbano y en los detalles sociales, la novela se ubica
en los albores del siglo XIII, cuando las ciudades eran verdaderos estados
autónomos, y más aquellas ubicadas a las orillas del mar.
En este contexto histórico quien habla varios idiomas, preso
o no, tiene oportunidad de sobrevivir, de regresar a su ciudad, de vivir nuevas
aventuras así Rustichello ha logrado pasear entre celdas, conocimiento de viejos
ricos, fortunas derrochadas, promesas comerciales en el mar.
Un día, uno de esos prisioneros, casi vendido al mejor
postor, murmura una extraña historia de un país lejano, del lejano oriente,
oriente de la Europa que pelea por las rutas comerciales, y se niega a aprender
de otras culturas.
Entre esos balbuceos el escriba –el oficio que realmente le
ha permitido sobrevivir- comienza a traducir sus palabras, a escribir una
historia que de tan real parece fantástica. Exagera número, situaciones,
personajes, todo aquello que nutra esa rica realidad-ficción que le ofrece el
prisionero.
Detrás de actas, de sentencias, de trozos de papel o de
cartón, cualquier cosa es importante para contar la historia que puede darle la
oportunidad de llegar con un mecenas, retomar su nombre y así, posiblemente
cambiar el curso de la historia.
A un ritmo lento, con pocos diálogos, muchas introspecciones
y a la visión totalizadora de un narrador omnisciente, los pocos personajes de
la novela conforman una recreación histórica a detalle, mientras la sencilla
anécdota recrea la voz de Marco Polo que se ha perdido en la historia. Aunque al
escriba ahora le toca su turno.
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