Fernando Aramburu es un autor español al que conocí con Años
Lentos (VII Premio Tusquets Editores de Novela) y Vida de un piojo llamado
Matías. Su estilo, simplemente, me gustó. Entonces, cuando detecté a precio de
oferta la antología de cuentos El vigilante del fiordo (2011, Tus Quets
Editores) dije… ya leí novela, relato juvenil, sigue cuentos. Y una excelente
experiencia.
La antología la confirman 8 cuentos, muchos de llenos
retratan el miedo provocado por el terrorismo y las situaciones extremas a las
que nos enfrentamos todos los días.
Chavales con gorra presenta a dos personas mayores, con una
especie de delirio de persecución que los lleva a mudarse de una ciudad a otra
en busca de tranquilidad, pero cada vez que se acerca alguien con la
descripción del título, el miedo regresa. Una historia excelente sobre nuestros
miedos y las sombras que sentimos nos persiguen en los rincones más
insospechados.
La mujer que lloraba en Alonso Martínez retrata cómo a veces
alguien nos llama la atención pero no somos capaces de ser solidarios o de
perder la rutina cuando se trata de ayudar a alguien… hasta que sucede algo
inesperado.
Mártir de la jornada nos lleva a los enterrados, qué miedos
enfrentan, cómo pueden actuar, y el valor de nuestras decisiones.
Carne rota tiene una narrativa singular. Como si fuesen
viñetas, cada una introduce un personaje y termina con una frase, tales como la
manta, la ciudad, la mano, cinco minutos. Los personajes y las frases se van
combinando para presentar una historia encadenada, donde de nuevo los actos
terroristas o los miedos nos enfrentan a situaciones que no esperamos, muchas
veces, con consecuencias insuperables.
El vigilante del fiordo, que da título a la antología, tiene
una narrativa también diferente. Combina la narración en primera persona de un
personaje, para combinarlo con un formato de diálogo arrancado del género
teatral. La historia, genial: una persona encerrada en una institución de salud
“viaja” a un lugar singular (en esos viajes, entendemos, en un vigilante en una
zona inhóspita donde se sospecha se escoden u operan terroristas; quiénes le
rodean y cómo se comunican nutren esta historia) y lo que sucede en dicha
institución. Entre la locura y la realidad, se entretejen los personajes y sus
acciones, en ello, los límites de nuestra propia humanidad.
Lengua cansada nos presenta a un joven de 12, de papás divorciados,
que debe hacer su viaje anual con el padre; la madre lo detesta pero –en sus
propias palabras- “es su padre”. Así nace un road-tale que nos lleva por España
y Portugal, hasta encontrar una singular comunidad “hippie” de europeos
escandinavos. La relación padre-hijo se combina con la visión de un joven que
quiere divertirse y crecer, mientras conoce a fondo a su padre. Una excelente
narración que nos hará lo mismo reír que pensar por qué le han roto dos dientes
al progenitor…
Nardos en la cadera es un cuento, como todo buen cuento, con
final sorpresivo: dos adultos mayores son “obligados” por sus hijos o sobrinos
para salir de casa y conocer a alguien que pueda acompañarlos en sus últimos
días. Los azares del destino son pieza clave.
Mi entierro presenta las últimas horas de un narrador-personaje,
quien ha fallecido hará un recorrido desde que siente que pierde la vida, hasta
que colocan una loza encima… también una singular historia de pocas páginas y
mucha reflexión.
La antología de cuentos tiene un estilo claro para el
cuento: personajes bien definidos, equilibrio de descripciones y diálogos, con
temas singulares, que dejan los lugares comunes para enfrentarnos lo mismo a la
muerte que al terrorismo, a la vida que al amor, al miedo que a la alegría, al
engaño que la infidelidad.
Vale la pela para explorar más este autor que cada vez nos
presenta historias que surgen de la España y que pasan a ser universales.