Un diálogo socrático entre maestro y aprendiz, un viaje a
las estrellas, al origen del conocimiento, a la historia del gran Oreja de
Mono, todo ello se conjuga en el texto El agua grande (2002) del mexicano Hugo
Hiriat.
Con un complejo lenguaje, cargado de erudición y juegos
narrativos, de un diálogo donde las preguntas y las respuestas se tejen a ritmo
lento, este texto de Hiriat nos habla de una gran erudición de temas
fundamentales y míticos, a medida que nos va haciendo reflexionar sobre nuestra
propia vida.
Con pocos personajes, pero cargado de alegorías, esta
narración –que no estoy seguro de llamarlo novela- arranca indicando “En el
principio todo estaba confundido, esto es, no se distinguía nada” (7)
Historia universal, grandes hechos históricos, pero también
filosofía occidental y oriental se combinan para hacernos reflexionar en
nuestro propio sentir.
También una reflexión sobre el cuento se hace presente “un
cuento se considera completo, terminado, cuando se han explayado todas las
consecuencias de las acciones o situaciones expuestas al comienzo” (19) Un
aparente consejo básico, pero que muchos escritores y aspirantes a ello deben
tomarlo en cuenta.
Más adelante, el protagonista invita a reflexionar: “(1) ¿puede
haber una narración sin personajes ni, inversamente, (2) para determinar o
identificar un personaje precisas una historia, esto es, la presentación o de
datos sucesivos, en el tiempo?” (30) Otra gran reflexión sobre el desarrollo de
un cuento.
A ritmo lento, este juego de maestro y aprendiz van
rindiendo frutos: no solo ellos aprenden, también los lectores. “En el discurso
de un sabio no por lo que intenta o declara, sino por lo que no hace, por lo
que no está ahí, lo que cuidadosamente evita” (138)
¿Conclusiones certeras sobre el agua, sobre el conocimiento,
sobre el cuento... no. Al menos no en este texto. Los mismos personajes lo
señalan. “Ahora lo que me preocupa es evitar cualquier conclusión o resumen, o,
peor que eso, un remate alto y sonoro (...) que el escritor ondule un poco,
como ola que agoniza culebreando en la arena...” (138)
Así nos quedamos, con ganas de volver a ser agua y retomar
la arena una y otra vez hasta encontrar la sabiduría.
Un texto denso, importante para conocer y valorar a este
grande de las letras mexicanas.
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