Banana Yoshimoto atrapa. Narra con maestría. Presenta personajes
demasiado humanos, presas del dolor. Con un toque casi fantasmagórico de
esperanza.
En este espacio he platicado de ella en dos ocasiones: Más allá del callejón y Vida y muerte, el ciclo del ser.
Y cada vez que tengo enfrente a un texto de ella, no dejo de
leer.
Su visión casi pesimista lleva a leer una y otra página,
para descifrar qué característica o qué le ha pasado a este personaje para tener
este sentimiento, este aparente vacío.
En su novela El lago (2013), Yoshimoto regresa a sus
leit-motivs para explorar cómo la muerte de una madre lleva a Chihiro a mirar
frente a su ventana y encontrar a Nakajima, otro joven quien casualmente ha
perdido a su madre también.
Esta casi imperceptible semejanza los lleva a compartir su
tiempo, y casi sin quererlo, construir una relación de amistad, carente de sexo
y de pasión, pero llena de necesidad de compañía.
Y es que en el Japón de Yoshimoto la soledad de estos seres
se refleja en su trabajo, en su pequeño departamento, en sus escasos hobbies.
La novela va relevando poco a poco el pasado de los
personajes, para criticar casi sin querer el amor, el materialismo, las
convenciones sociales del matrimonio o el trabajo, y en forma sorpresiva,
incluso de los secuestros y los grupos terroristas-extremistas de la nación
nipona.
En el texto todo es Yoshimoto: el lago como símbolo de la
paz, el dolor y el amor, la muerte como detonante, la esperanza que se dibuja
en una sonrisa.
Una excelente novela, que recomiendo sin más.
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